La
Independencia de México
Forjar una
nación no es pequeña ni corta empresa, requiere tiempo, suele cobrar pagos de
dolor y sangre, pero al final va logrando su evolución y desarrollo. Septiembre
es un mes que recuerda hombres y fechas, acciones e ideas que abrieron brecha
al paso de nuestra nacionalidad e independencia. La historia, encierra
episodios que nunca serán borrados.
Como parte
del folklore nacional, en todo el territorio brotan las bengalas que con sus
brillos iluminan alegres el cielo que envuelve a una de nuestras más
importantes fiestas patrias. Brillantes chispas van cayendo a lo largo de este
simbólico mes, que encienden con festejos pueblos y ciudades en todas sus
calles principales, las cuales se engalanan con banderas, cadenas de papel o hileras
de focos tricolores. Cuando es posible, los artesanos electricistas realizan,
representando sobre fachadas de edificios públicos, símbolos patrios o incluso
las propias figuras de los héroes nacionales.
La noche del
15, en zócalos y plazas de toda la ciudad, se forma un conglomerado lleno de
animación, que toca cornetas de cartón, lanza serpentina, confeti y luce
exagerados sombreros de palma, rebozos y jorongos. Esta es una fiesta netamente
popular para festejar “el Grito de Independencia”.
En la
capital, la gran reunión se celebra en la Plaza de la Constitución a las once
en punto de la noche se abre el balcón principal de Palacio Nacional, aparece
el Presidente de la República, pronuncia las tradicionales y conmemorativas
frases, inicia diciendo: “¡Mexicanos...!, y al final toca la histórica
campanada, como lo hiciera el cura don Miguel Hidalgo y Costilla, en el pueblo
de Dolores.
Acto
seguido, comienza el rugido de la multitud, que clama a México, para luego,
como un gigantesco coro se entona el himno nacional. A las voces se suma el
repique a vuelo de las campanas de la catedral, el estallido de los cohetes, y
el silbido de los castillos, toritos y toda clase de luces artificiales que
inundan el cielo de la noche.
En la
verbena popular no pueden faltar los clásicos puestos de antojitos: allí están
los humeantes botes de elotes cocidos y tamales; los comales donde se fríen
quesadillas, sopes y enchiladas; destacan en el menú, los imprescindibles
chiles en nogada, con su típico aderezo tricolor del verde perejil, la blanca
crema de nuez que los recubre, y los rojos granos de la granada.
Al clarear
el nuevo día comienzan a distinguirse las siluetas de los barrenderos que
tienen más trabajo que nunca, recogiendo de las calles los innumerables restos
que fue dejando a su paso el regocijo popular. La multitud vuelve a reunirse,
esta vez esparcida a los lados de las calles por donde va a pasar el “desfile
militar”.
Se van
sucediendo en interminable procesión, los destacamentos armados, la caballería,
los tanques, los aviones de la fuerza aérea rasgando los aires, los marinos de
vistosos uniformes, los cadetes del Colegio Militar y el heroico cuerpo de
bomberos que siempre levanta a su paso entusiastas aplausos. Y mientras la
gente disfruta el desfile, se ondean miles de banderitas y rehiletes
La parada
militar empieza en el zócalo, frente a Palacio, desde donde lo contempla el
Presidente de la República acompañado por los Secretarios de Estado y el Cuerpo
Diplomático.
Lo último
que queda en la retina del espectador de este festejo del 16 de septiembre, es
la imagen de los charros que cierran el desfile, engalanados en su lucida
vestimenta de botonadura de plata y sus hermosas sillas de cuero bordados en
pita.
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